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El fetiche del progreso y la ignorancia patrimonial

  • Foto del escritor: Cristóbal  Millas
    Cristóbal Millas
  • hace 12 horas
  • 21 Min. de lectura

Permisología o permisodemia


Tapitas, populismo y patrimonio

Si hay algo que el Chile del siglo XXI ha aprendido, es que la posverdad es rentable. Más aún, cuando se combina con la ignorancia conveniente y la arrogancia electoralista. Porque no se trata solamente de declaraciones desafortunadas, errores de interpretación o polémicas pasajeras. Se trata de la construcción sistemática de un enemigo político y cultural: el Estado que protege su historia. O dicho con la arrogancia del momento: “la tropa de inútilesque se demora ocho años en conceder un permiso porque encontró “tapitas de Coca-Cola”. Así lo dijo Evelyn Matthei el 29 de agosto de 2023, con tono de burla, frente a empresarios metalúrgicos que aplaudieron, sin cuestionar, la distorsión que se avecinaba.

“la tropa de inútiles” que se demora ocho años en conceder un permiso porque encontró “tapitas de Coca-Cola”. Así lo dijo Evelyn Matthei el 29 de agosto de 2023, con tono de burla, frente a empresarios metalúrgicos que aplaudieron, sin cuestionar, la distorsión que se avecinaba.
la tropa de inútilesque se demora ocho años en conceder un permiso porque encontró “tapitas de Coca-Cola”. Así lo dijo Evelyn Matthei el 29 de agosto de 2023, con tono de burla, frente a empresarios metalúrgicos que aplaudieron, sin cuestionar, la distorsión que se avecinaba.

Desde esa frase —grotesca, reduccionista, malintencionada—, se desató una campaña de desprestigio en torno al Consejo de Monumentos Nacionales, al proceso de evaluación patrimonial de proyectos de inversión, y en general, al marco legal que rige la protección del pasado material de Chile. ¿Por qué molestan tanto unas tapitas, unas lozas, unas botellas del siglo XIX? Porque en la lógica neoliberal y extractivista que domina la elite política y económica del país, cualquier límite —incluso el más mínimo vestigio del pasado— es una traba.


El capital no tolera frenos. Y el patrimonio, por definición, es un freno. No es un freno al desarrollo, sino a la destrucción sin memoria. Y eso, para algunos, es imperdonable.


Lo grave no es simplemente desmentir y apuntar los medios que avalaron la fake news de las tapitas (spoiler: no existieron). Va más allá. Es el discurso que la sustenta, los intereses que lo propagan y las consecuencias culturales de esta narrativa de odio hacia el patrimonio. Porque cuando se ridiculiza el trabajo arqueológico, no se ataca a unos funcionarios ni a unos investigadores: se ataca la noción misma de historia común, de bien público, de identidad colectiva. Y en tiempos electorales, cuando la ignorancia se viste de eficiencia, la arqueología se convierte en enemigo político.


La frase que lo cambió todo

“Obtener una concesión marítima son ocho años. Es como para echarlos a todos. ¿Cómo puede ser que un permiso se demore ocho años? ¿Qué tropa de inútiles tenemos a cargo de eso?”. Con estas palabras, Evelyn Matthei no solo descargó su frustración, sino que inauguró un nuevo ciclo de violencia simbólica contra las instituciones encargadas de proteger el patrimonio. Pero no se detuvo ahí. Hizo lo que mejor funciona en redes sociales: narrar una anécdota deformada. Y lo hizo con estilo. “El Consejo de Monumentos Nacionales encontró tapitas de Coca-Cola. No es broma. Y decidió que las tapitas de Coca-Cola eran monumento. Y nos tiene parada dos años esa obra vial”.

La anécdota, repetida como mantra por sus adherentes y amplificada por los medios tradicionales, tiene todos los ingredientes del populismo tecnocrático: una burocracia “inútil”, un símbolo absurdo (las tapitas), un progreso detenido, y una heroína que dice lo que nadie se atreve a decir. El relato es perfecto… salvo por un detalle: es falso.

Como se demostró posteriormente, la suspensión de los trabajos no fue por tres tapitas, sino por el hallazgo de más de 3.300 piezas de valor arqueológico en los terrenos de la antigua fábrica de cerveza Gubler y Cousiño, en la comuna de Providencia. Lo que se encontró fue un sitio industrial del siglo XIX, con vestigios de trabajo infantil, botellas de vidrio artesanal, cerámica, vasijas de loza, y estructuras relacionadas con la producción de hielo. Un hallazgo relevante, legítimo y absolutamente protegido por la ley desde hace décadas.

Fábrica de Cerveza y Hielo de Gubler y Cousiño en 1886/Una imagen que nos muestra la fabrica y empleados. Al parecer un fotomontaje de varias fotos realizado por el fotógrafo, ese año. / Wikichalie.cl
Fábrica de Cerveza y Hielo de Gubler y Cousiño en 1886/Una imagen que nos muestra la fabrica y empleados. Al parecer un fotomontaje de varias fotos realizado por el fotógrafo, ese año. / Wikichalie.cl

Pero a nadie le importó. Porque el daño ya estaba hecho. La frase de las “tapitas de Coca-Cola” se viralizó como una verdad revelada, como una metáfora irresistible del “absurdo estatal”. Y como todo buen mito contemporáneo, es más útil en su mentira que cualquier verdad documentada. El problema es que esta mentira, aparentemente menor, cumple una función política precisa: convertir el patrimonio en obstáculo y el conocimiento en traba.



Historia de la Fábrica de Cerveza y Hielo de Gubler y Cousiño

En 1877 la fabrica fue vendida por Vicente Dávila L. en 1877 (50 mil pesos) a Emilio Keller, quien luego se asoció con Augusto Gubler ,el que a su vez lo hizo posteriormente con Carlos Cousiño. En 1878 Dávila se dedicó, aparentemente, al negocio del transporte de hielo desde la cordillera, y por eso adquirió, en 1878, la hacienda La Dehesa (150 mil pesos), a la Municipalidad de Santiago, que la poseía "desde la conquista". Ya en 1885 el 27 de junio a través de una escritura pública, los señores Augusto Gubler y Carlos Cousiño Goyenechea, forman una sociedad colectiva con el propósito de explotar la fábrica de hielo que posee Gubler, y explotar también la fábrica de cerveza que ha de establecerse con el capital en efectivo que aporta Cousiño. El capital social fue de $250.000 de la época. Donde Cousiño aportó $125.000 en efectivo, y Gubler la fábrica de hielo, los terrenos, edificios y maquinaria. En Noviembre de 1886 es inaugurada la nueva fábrica, que estaba dotada de dos máquinas sistema Raoul Pictet y Charles Tellier capaces de producir 15 mil kilos de hielo diarios y que se pensaba ampliar a 35 mil. Algo semejante sucedía con la maltería y las bodegas cuya capacidad de cuatro a cinco millones de litros anuales era la mitad de lo que podía producir la sección de cervecería. Era un edificio de tres pisos construido en cal y ladrillo, rodeado de de casas, talleres y galpones, utilizando entre 350 y 400 trabajadores, e incluía una fabrica de hielo y contaba con alumbrado eléctrico.

Etiqueta de Cerveza Gubler y Cousiño
Etiqueta de Cerveza Gubler y Cousiño

Tiempo más tarde Gubler, que había pasado a ser personaje de la vida social, y reputado como el hombre más elegante del Santiago de la época, según cuenta Luis Orrego Luco, se retiró de la empresa y estableció una empresa eléctrica en Curicó con la cual perdió su fortuna. El 22 de diciembre de 1898: Por escritura pública se liquida la sociedad, quedando Carlos Cousiño a cargo del activo y pasivo.


En 1900 la cervecería de Carlos Cousiño pasaba por un mal momento, ante lo cual, Julio Subercaseax le consiguió un préstamo por £7.000 con el Banco de Chile y Alemania. Al año siguiente, Cousiño llegó a un acuerdo con la Fábrica Nacional de Cerveza. (Empresa formada por la Cervecería de Limache de Hoffmann y Ribbeck y por la Cervecería de Sohrman de Valparaíso, exPlagemann). De este modo nace en 1902, la Compañía de Cervecerías Unidas.


En el 1902 se da forma a Compañía Cervecerías Unidas S.A. la que se formó de la unión entre la cervecera de Plagemann, la Fábrica de Cerveza de Limache y la Fábrica de Cerveza y Hielo de Gubler y Cousiño, dando origen a la empresa que años más tarde se transformaría en líder del negocio de cervezas en Chile.


La construcción del enemigo: de lo técnico a lo ideológico

La palabra “permisología” suena neutra, incluso simpática. Evoca burocracia innecesaria, trámites absurdos, formularios sin sentido. Pero en realidad, es un caballo de Troya. Bajo su manto tecnocrático, esconde una ofensiva ideológica más profunda: el desprecio por la regulación, la criminalización del Estado evaluador y la privatización de los bienes públicos.


Cuando Matthei habla de permisología, no lo hace desde la ignorancia. Lo hace desde el cálculo político. Sabe perfectamente que al atacar al Consejo de Monumentos Nacionales, está conectando con una sensibilidad empresarial que considera cualquier trámite una pérdida de tiempo. Sabe también que al ridiculizar hallazgos arqueológicos, se posiciona como una defensora del “progreso”, aunque ese progreso implique destruir una parte irrecuperable de la historia urbana de Santiago.


No está sola. José Antonio Kast repitió el mismo discurso. “¿Cómo puede ser que se detenga el Metro por tres tapitas oxidadas?”, dijo en su estilo de campaña permanente, reforzando el mito. Incluso Joaquín Lavín Jr., desde su rol de influencer político, replicó la historia en X, sumando likes a punta de falsedades.

Lo que está en juego aquí no es solo una línea de metro. Es una concepción del país. En una esquina: el desarrollo sin pausa, sin historia, sin memoria. En la otra: la necesidad de que el crecimiento no arrase con todo. El primer bando acusa al segundo de “obstaculizar”. El segundo le recuerda al primero que destruir un sitio patrimonial es delito.


La permisología no es una carga inventada por los arqueólogos. Es una serie de evaluaciones que existen para evitar desastres mayores: desde construir un edificio sobre una falla geológica, hasta arrasar con sitios que podrían reescribir nuestra historia. Llamar a eso “inutilidad” es, cuando menos, ignorancia. Cuando más, mala fe.

Reliquias históricas escondidas: Revelarón valiosos hallazgos arqueológicos en construcción de la Línea 7 de Metro en 2023
Reliquias históricas escondidas: Revelarón valiosos hallazgos arqueológicos en construcción de la Línea 7 de Metro en 2023

La posverdad como política pública

La era de las redes sociales ha perfeccionado el arte de la desinformación útil. Ya no importa si una historia es cierta o no, mientras funcione como relato. En ese contexto, la anécdota de las tapitas de Coca-Cola cumple un rol clave: resume una idea compleja (la evaluación patrimonial) en una burla accesible. Y eso es letal.

Investigadores de la Universidad de Chile y la Universidad Austral lo confirmaron: no se encontraron tapitas de Coca-Cola en la excavación. Tampoco hubo una paralización de dos años por objetos triviales. Lo que hubo fue una intervención arqueológica autorizada por ley, debidamente informada, y que aportó evidencia nueva sobre el trabajo industrial, las condiciones laborales infantiles y la vida cotidiana en el siglo XIX. Nada de eso importó.

Porque el relato de las “tapitas” era demasiado conveniente. Permitía atacar al Estado, reírse de la historia, despreciar a los arqueólogos, y además, posicionarse políticamente como alguien “con sentido común”. En ese sentido, la narrativa de Matthei no es inocente: es una operación discursiva con todas las letras. Un uso estratégico de la mentira, disfrazada de sentido práctico, para desmontar una institucionalidad incómoda.

Lo más preocupante es que este tipo de estrategia no busca solamente deslegitimar un caso puntual. Busca erosionar la confianza en todo el sistema de protección patrimonial. ¿Por qué? Porque el patrimonio impide que los proyectos pasen sin evaluación. Porque obliga a detenerse, a excavar, a documentar. Y eso —en un país donde la velocidad y el crecimiento son fetiches— es intolerable para muchos.


Permisología o permisodemia: el fetiche del progreso y la ignorancia patrimonial en tiempos electorales

La fábula de las tapitas: cuando la ignorancia grita más fuerte que la historia

Y cuando el patrimonio estorba a la política

A veces la política chilena parece un mal sketch de televisión. No por falta de seriedad —que abunda— sino por el nivel grotesco de simplificación que ciertos personajes públicos imprimen a los debates más complejos. El episodio protagonizado por la alcaldesa y precandidata presidencial Evelyn Matthei el 29 de agosto de 2023, en el foro de la Asociación de Industrias Metalúrgicas y Metalmecánicas (Asimet), es un ejemplo paradigmático. Allí, entre carcajadas y aplausos de empresarios, Matthei soltó una frase que —como todo meme político— se viralizó con eficiencia aterradora: “El Consejo de Monumentos Nacionales encontró tapitas de Coca-Cola. No es broma. Y decidió que las tapitas de Coca-Cola eran monumento”.


La escena se prestaba para todo: incredulidad, burla, indignación. Un Estado absurdo. Una burocracia kafkiana que congela obras millonarias por basura arqueológica. Una elite política que repite sin pudor mitos falsos como herramientas de campaña. Y una ciudadanía cada vez más habituada a consumir titulares y despreciar las explicaciones de fondo.

Pero ¿qué había detrás de esa afirmación?


El mito de las tapitas y la arqueología instrumentalizada

Lo cierto es que no hubo tapitas. O al menos no como Matthei lo dijo. La paralización de obras de la Línea 7 del Metro no se debió a tres corcholatas oxidadas, sino al hallazgo de un sitio industrial del siglo XIX, correspondiente a la antigua Fábrica de Cervezas Gubler y Cousiño, inaugurada en 1885. En el lugar, arqueólogos hallaron más de 3.300 objetos: botellas artesanales, cerámica histórica, restos domésticos, incluso evidencia de trabajo infantil en la producción de hielo. Material de archivo invaluable para comprender las condiciones laborales y productivas de un Chile premoderno.

Es decir, historia. Patrimonio. Un bien público.

¿Pero qué ocurrió? Como en muchos países con poca educación patrimonial y exceso de desprecio por el conocimiento histórico, se instaló una caricatura: el patrimonio como obstáculo. La arqueología como enemiga del progreso. La cultura como un lujo innecesario, irrelevante frente a los plazos del hormigón.

Y esta caricatura fue abrazada con entusiasmo por sectores políticos conservadores como Matthei y José Antonio Kast, ambos obsesionados con el discurso de la “permisología”, un neologismo oportunista que culpa a la burocracia estatal de la ralentización del crecimiento, sin examinar a fondo las causas estructurales, ni asumir responsabilidades políticas reales.


De “permisología” a permisodemia

La palabra “permisología” suena técnica, académica, neutral. Pero es un constructo político. Un significante vacío al que se le puede atribuir cualquier retardo administrativo, legal o técnico, desde una concesión marítima hasta un informe de impacto ambiental o un estudio arqueológico.


No hay duda de que los procesos administrativos en Chile están llenos de trabas innecesarias, duplicidades y organismos subdotados. Sin embargo, cargarle toda la culpa al Estado sin mencionar la presión empresarial, la debilidad del Ministerio de las Culturas o la crónica falta de recursos del Consejo de Monumentos Nacionales es, como mínimo, deshonesto.


Más grave aún es usar la “permisología” como bandera electoral para desmantelar mecanismos de protección patrimonial, acusándolos de ser enemigos del desarrollo. Así se instala una permisodemia: una epidemia discursiva que reduce la discusión sobre el desarrollo a una oposición binaria y simplista entre progreso económico y patrimonio cultural.


La ignorancia arrogante como programa electoral

Lo que Matthei, Kast y otros personeros como Johannes Kaiser están vendiendo es más que una crítica: es un programa político basado en el desprecio por la historia, por la técnica, por el saber. La ignorancia convertida en estrategia. ¿Quién necesita arqueólogos cuando hay inversionistas impacientes? ¿Quién necesita antropólogos, historiadores, urbanistas o juristas del patrimonio, cuando se puede simplemente dinamitar los procesos y “echar a todos”?

Jose Antonio Kast
Jose Antonio Kast

El problema es estructural. Y es que Chile, pese a contar con una ley de monumentos desde 1925, no ha logrado consolidar una institucionalidad cultural robusta, ni dotar al Consejo de Monumentos Nacionales de herramientas suficientes para cumplir su labor. Así, se transforma en chivo expiatorio. Un fusible político. Una excusa útil para los mismos actores que jamás han legislado en favor del patrimonio, pero que sí lo usan como chivo expiatorio cuando el cemento se retrasa.


¿Qué es lo que realmente molesta?

Porque seamos francos: lo que molesta no son las “tapitas”. Lo que irrita a Matthei y compañía es que existan instituciones que, aunque débiles, puedan todavía detener una obra en nombre de la historia común. Que haya mecanismos, por mínimos que sean, que protejan algo más que el flujo de caja. Lo que duele es que la arqueología —ese oficio de polvo y memoria— todavía tenga la capacidad de interponerse al capital inmobiliario, aunque sea por un breve instante.


¿Y qué se encuentra cuando se escarba un poco más? Que detrás de la defensa de la “eficiencia” hay una profunda ignorancia histórica, una desconexión brutal con la noción de bien común, y una idea de progreso reducida a los términos del modelo neoliberal: rápido, privado, sin memoria.

El fetiche del desarrollo: cuando la modernización es una religión

En el Chile neoliberal, el desarrollo no es una meta: es un dogma. Se lo invoca con la solemnidad de un credo, se lo defiende con la virulencia de una cruzada. Basta con que una excavadora se detenga por la aparición de una vasija o una botella del siglo XIX para que los acólitos del crecimiento económico griten "¡herejía!". El discurso que exalta el progreso como bien supremo convierte a cualquier resistencia, especialmente si es cultural o arqueológica, en sospechosa de terrorismo económico.


La permisología —ese término caricaturesco que se ha instalado como símbolo del "atraso"— se ha transformado en el enemigo imaginario de todos los males del capitalismo criollo. Pero ¿quién le puso rostro a ese enemigo? Evelyn Matthei, sin duda, fue una de las primeras en dotarlo de una retórica farandulera y vacía, disfrazada de "sentido común".


No es casual que la historia de las “tapitas de Coca-Cola” haya prendido tan rápido en los medios: ofrece un antagonista claro, una burocracia lenta y absurda, y una víctima noble: la inversión. ¿Qué importa si la historia es falsa, si las tapitas no existieron, si lo que se encontró fue una fábrica del siglo XIX con trabajo infantil y elementos históricos valiosos? Nada. Porque en esta cruzada por el desarrollo, la verdad es irrelevante, y el patrimonio cultural, un obstáculo desechable.


Arqueología y memoria: un bien incómodo para el poder

La arqueología no es solo la ciencia del pasado: es también la política del presente. ¿Qué se decide preservar? ¿Qué se elige olvidar? ¿Por qué unas ruinas valen millones y otras son basura? En un país donde el 90% del contenido curricular ignora los últimos 10.000 años de historia precolombina, el patrimonio cultural no es prioridad, es molestia.


Matthei no está sola. El desprecio por la memoria material se extiende desde las cámaras empresariales hasta los pasillos del Congreso. “Es que no podemos frenar un proyecto por un par de piedras” —dicen—. Como si esas piedras no hablaran, no contaran una historia que no está en los libros ni en las cifras del PIB.

Chile lleva décadas desmantelando su identidad cultural en nombre de la modernidad. Pero una modernidad sin raíces es apenas un espejismo. Si la Línea 7 del Metro debe detenerse por un sitio arqueológico, lo que debería discutirse no es cómo evitar que eso ocurra de nuevo, sino por qué no sabíamos antes que allí existía historia. Lo verdaderamente vergonzoso no es la paralización de las obras, sino la improvisación con la que se autorizan proyectos sin estudios rigurosos, sin planificación a largo plazo, sin respeto por el entorno.

Excavación de Metro de Santiago.
Excavación de Metro de Santiago.

¿Qué clase de desarrollo ignora la historia?

El relato de las “tapitas” se desmoronó gracias a la investigación académica seria. Universidades como la Austral y la de Chile demostraron que lo hallado no era basura, sino un archivo material de la vida urbana industrial del siglo XIX. ¿El problema? Esa historia no rinde votos ni encabeza titulares. La ficción de una burocracia estúpida es más rentable electoralmente que la defensa compleja del patrimonio cultural.


El desarrollo al que se refiere Matthei —y tantos otros— es selectivo: no incluye la dignidad, ni la cultura, ni la educación. Es un desarrollo medido en kilómetros de carretera y metros cúbicos de hormigón. Por eso, cuando una cerámica antigua interrumpe una obra, no se pregunta qué podemos aprender, sino cuánto se pierde en rentabilidad.


En este marco, la permisología se convierte en chivo expiatorio. Pero lo que realmente molesta no es la lentitud del Estado, sino la existencia de filtros éticos y técnicos que cuestionan la lógica del "todo se puede hacer, siempre que alguien lo pague". La permisología no es el problema; el problema es la codicia disfrazada de urgencia.


El relato del atraso: cuando el patrimonio es chivo expiatorio

El discurso del atraso se ha transformado en la excusa perfecta para justificar la depredación. Cada hallazgo arqueológico es presentado como una traba, como una molestia para el inversionista, como una pataleta del pasado que no sabe su lugar. Es el mismo razonamiento que ridiculiza las evaluaciones de impacto ambiental, que tilda de “activistas” a los científicos, o que compara a un sitio arqueológico con un basural porque "ya nadie lo usa".


La idea de que el patrimonio arqueológico está “deteniendo a Chile” es tan grotesca como peligrosa. Se convierte en una consigna de campaña, en una muletilla de empresarios, en un dogma de opinólogos de matinal. Nadie se pregunta por qué los permisos toman años. Nadie reconoce que la ausencia de dotación en los organismos patrimoniales, la falta de presupuesto, de planificación o incluso de catastro previo, son responsabilidad directa del Estado que tanto dicen querer modernizar.

A Matthei, Kast y otros fanáticos del cemento les conviene la caricatura. Les permite vender soluciones fáciles para problemas complejos. Les permite hacer campaña contra el Estado, incluso mientras lo administran. Les permite culpar al patrimonio en vez de admitir que los megaproyectos en Chile muchas veces se planifican sin estudios serios de línea base, sin considerar el contexto cultural, ni las comunidades, ni la historia.


La permisodemia: una pandemia de ignorancia ilustrada

El término “permisología” ha mutado en un virus conceptual, en una “permisodemia”, donde el relato del “Estado ineficiente” se transforma en el diagnóstico universal para todos los males. No hay obra detenida que no sea atribuida a esta enfermedad ficticia. Y no hay político de derecha que no quiera mostrarse como el médico dispuesto a aplicar la eutanasia al “paciente moribundo del patrimonio”.


Pero esta pandemia de ignorancia es también profundamente hipócrita. Porque quienes claman contra la permisología son los mismos que durante décadas gobernaron sin reformar los marcos normativos. Son los mismos que votaron en contra del fortalecimiento del Consejo de Monumentos Nacionales. Son los que ningunearon la Ley de Patrimonio cuando se intentó reformarla, que redujeron presupuestos en cultura, que marginaron la arqueología de la planificación territorial. Ahora posan como víctimas de la burocracia que ellos mismos parieron.


La permisodemia no es un síntoma real. Es un síntoma discursivo. Una ficción útil, que permite atacar al Estado mientras se mantiene su control. Que permite promover el extractivismo sin culpa. Que permite borrar siglos de historia en nombre de un futuro que, si llega, no será para todos.


Patrimonio y poder: cuando la memoria estorba al negocio

Detrás del ataque a los permisos arqueológicos hay una verdad más incómoda: el patrimonio, en Chile, incomoda porque recuerda. Porque en cada fragmento de cerámica, en cada estructura industrial, en cada hueso humano, hay una memoria que contradice el relato hegemónico del “milagro chileno”.


La Fábrica Gubler y Cousiño no era una postal del progreso: era una estructura donde se explotaba a niños para producir hielo. Su hallazgo no solo contradice la narrativa de la eficiencia moderna, también la del progreso limpio. Lo mismo ocurre con cientos de sitios arqueológicos indígenas que ponen en jaque la historia oficial, esa que comienza en 1810 y omite 14.000 años anteriores de culturas, pueblos, lenguas y cosmovisiones.

Conservar el patrimonio es, en este contexto, un acto político. Es decir: implica una toma de posición. Implica reconocer que no todo vale lo que el mercado dice que vale. Que no todo puede sacrificarse por la rentabilidad. Que hay cosas, como la memoria, que no se pueden reconstruir si las arrasamos.


El delirio desarrollista y la patología de la prisa

La permisología, tal como ha sido convertida en eslogan por ciertos sectores políticos, no es una preocupación técnica o normativa, sino un instrumento ideológico. En un país donde las desigualdades se perpetúan en la distribución del suelo, del agua y del conocimiento, pretender que los obstáculos al “progreso” son las leyes patrimoniales, arqueológicas o ambientales, es una jugada que raya en el cinismo.


El fetiche desarrollista chileno padece una enfermedad: la urgencia sin reflexión. Esa urgencia sin pausa ha sido la que ha pavimentado barrios enteros sin infraestructura social, la que ha urbanizado sin parques, sin memoria, sin historia, sin humanidad. El discurso de Matthei, Kast y otros es funcional a una forma de hacer ciudad que no responde a las necesidades de quienes la habitan, sino a los intereses de quienes la explotan. Hablan de tapitas, pero lo que de verdad les molesta es que exista una institucionalidad, por precaria que sea, que les recuerde que el suelo tiene historia, y esa historia no es negociable.


Chile vive una contradicción permanente: por un lado se habla de "ciudades inteligentes", "turismo patrimonial", "economía creativa", pero por otro se ridiculiza el hallazgo de restos arqueológicos como si fueran un chiste de mal gusto. No hay país que se precie de civilizado que mire con desprecio su pasado, que lo caricaturice para avanzar más rápido hacia un presente que ya es ruina antes de ser construido.


Modelos internacionales: lo que otros países hacen mientras Chile se burla de su pasado

Comparemos. En Italia, ningún megaproyecto puede comenzar sin una evaluación patrimonial profunda. El metro de Roma se ha demorado décadas por la simple y potente razón de que cada centímetro de tierra es arqueología viva. ¿Ha impedido eso su construcción? No. ¿Ha demorado? Sí. ¿Se ha enriquecido el país culturalmente? También. Allí, a diferencia de Chile, los restos arqueológicos no son obstáculos, son oportunidades de identidad, de memoria, de educación, incluso de desarrollo económico vía turismo y empleabilidad de especialistas.


Obras Arqueológicas en Metro de Roma
Obras Arqueológicas en Metro de Roma

En Perú, la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación obliga a que cualquier obra pública o privada que implique movimiento de tierras esté sujeta a estudios arqueológicos previos. Y no se trata de burocracia: se trata de respeto. En Machu Picchu, se han detenido proyectos hoteleros enteros para preservar vistas, contextos, ecosistemas.

Gobierno del Perú modifica Reglamento de la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación con la finalidad de eliminar procedimientos y simplificar trámites de resguardo.
Gobierno del Perú modifica Reglamento de la Ley General del Patrimonio Cultural de la Nación con la finalidad de eliminar procedimientos y simplificar trámites de resguardo.

En México, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) tiene potestades vinculantes sobre cualquier obra de infraestructura que amenace el patrimonio.


¿Y en Chile? Aquí se caricaturiza al arqueólogo como un burócrata con pala. Aquí se piensa que el estudio del pasado es una pérdida de tiempo, un retraso para el capital. Se desprecia a los profesionales que dedican su vida a comprender procesos históricos y se los reemplaza por opinólogos que, desde su ignorancia, dictan sentencia en foros empresariales, matinales de televisión y redes sociales.


Es decir, mientras otros países invierten en memoria, Chile invierte en olvidar. Mientras otras sociedades entienden que el desarrollo no es solo hormigón, sino también historia, aquí se construyen autopistas sobre cementerios indígenas, centros comerciales sobre fábricas del siglo XIX, estaciones de metro sobre comunidades que ya no existen. Y cuando alguien lo denuncia, se lo acusa de anti-progreso. La permisología, entonces, no es una enfermedad del sistema: es el síntoma de una sociedad que no quiere recordar.

¿Y qué hacemos con todo esto?

Propuestas para un nuevo pacto entre desarrollo y patrimonio.

Algunas propuestas urgentes y necesarias desde los expertos son:

  • Incluir formación patrimonial y ambiental en carreras de ingeniería, arquitectura, economía y derecho. No más profesionales que se enfrenten al territorio sin entender su dimensión histórica o ecológica.

  • Fortalecer institucionalmente al Consejo de Monumentos Nacionales. Descentralizarlo, dotarlo de presupuesto, personal y capacidad resolutiva. Basta de tratarlo como un buzón.

  • Modernizar la Ley de Monumentos (17.288), pero para proteger mejor, no para allanar caminos a la inversión irresponsable. Eso implica claridad jurídica, transparencia, participación ciudadana y sanciones eficaces.

  • Crear unidades técnicas especializadas en patrimonio dentro de cada gobierno regional. El centralismo también afecta la protección de lo local, lo invisible, lo “menor”.

  • Establecer un estándar internacional para evaluaciones de impacto patrimonial, tomando como base la experiencia de países como Perú, Italia y México. No se trata de copiar, sino de adaptarse a una lógica global que entiende que el desarrollo no es enemigo de la historia.

  • Promover un sistema de incentivos para que las empresas integren el patrimonio en sus proyectos como un valor agregado y no como un obstáculo. ¿Por qué no pensar en proyectos que se integren al paisaje histórico y lo potencien?

  • Fomentar campañas de comunicación que desacrediten mitos como el de las “tapitas” y fortalezcan el vínculo emocional de la ciudadanía con su pasado. No podemos amar lo que no conocemos, ni defender lo que se ridiculiza.



La memoria bajo asedio: patrimonio, capitalismo y neoliberalismo

En Chile, pareciera que la historia no solo se ignora, sino que se desvaloriza activamente en función de un capitalismo extractivo que prioriza la rentabilidad inmediata sobre la sustentabilidad cultural.


La permisología no es un mal administrativo, es una expresión de la lógica neoliberal que busca acelerar la extracción de valor del territorio sin detenerse en las capas históricas que lo conforman. La demolición de la memoria es, en última instancia, la demolición de la identidad colectiva.


David Harvey, en su análisis del “capitalismo del despojo”, explica cómo el patrimonio cultural puede ser un espacio de resistencia, pero también un recurso codificado para la acumulación capitalista, dependiendo de quién controle su narrativa y gestión.


Por ello, el debate no debería ser “¿desarrollo o patrimonio?”, sino cómo garantizar un desarrollo que incluya, reconozca y potencie el patrimonio como un derecho social y un bien común, y no como un obstáculo o un negocio cerrado a unos pocos.

David Harvey es un geógrafo y teórico social​ británico.
David Harvey es un geógrafo y teórico social​ británico.

Los mitos y la política: desinformación y populismo anti-patrimonial

La instrumentalización política del tema patrimonial se ha convertido en un arma de doble filo. Por un lado, sectores conservadores buscan desmontar las normativas para acelerar proyectos, cargando contra la “permisología” sin entender sus fundamentos. Por otro, algunos movimientos sociales exigen protección sin proponer mejoras concretas en la gestión.


Este vacío permite que circulen relatos falsos —como las famosas “tapitas de Coca-Cola”— que reducen el patrimonio a un meme viral, perdiendo la oportunidad de educar y formar ciudadanía crítica.


El populismo anti-patrimonial es en realidad un populismo de la ignorancia: se simplifica el conflicto para atacar al Estado, a la burocracia y a las ciencias sociales, mientras se omite la responsabilidad del sector privado y de las políticas públicas para construir un marco moderno y eficiente que proteja el patrimonio.


Desafío político y cultural: conciencia y acción

El problema de la permisología no se resolverá solo con decretos o reformas legales. Se necesita una transformación profunda en la cultura política y social de Chile, que reconozca que el patrimonio es parte del contrato social.


Hay que formar a futuros dirigentes y técnicos con sensibilidad patrimonial, descentralizar la gestión, integrar a comunidades y pueblos originarios en la toma de decisiones, y fomentar una ciudadanía activa y comprometida con su historia y territorio.


Esto no es un retroceso ni un obstáculo para el desarrollo, sino una condición indispensable para que el desarrollo sea legítimo, sustentable y justo.


Chile se encuentra en una encrucijada crucial entre la prisa por construir y la necesidad de recordar; entre la inversión y la identidad; entre la modernidad sin memoria y la memoria como base para un futuro diverso y digno.


La “permisología” es solo la punta del iceberg de un conflicto mucho mayor: el sentido que damos al progreso y a la historia. Ridiculizar el patrimonio, reducirlo a tapitas de Coca-Cola o a meros obstáculos burocráticos es un síntoma de la ignorancia estructural que nos amenaza como sociedad.


La idea es abrir la discusión con rigor, acidez y compromiso, porque en tiempos electorales es cuando más se juegan los significados de lo que somos y queremos ser.






Cristóbal Millas / POST𐤀




Fuentes:

Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) - Chile

Página oficial con normativa, informes y bases legales sobre patrimonio arqueológico y cultural.

Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (MINCAP) - Chile

Información sobre políticas públicas y gestión patrimonial en Chile.

Ley N° 17.288 sobre Monumentos Nacionales (1970)

Texto legal vigente que regula la protección del patrimonio cultural en Chile.

Ley N° 19.300 sobre Bases Generales del Medio Ambiente (1994)

Importante para entender la relación entre patrimonio y evaluación ambiental en proyectos.

Declaraciones de Evelyn Matthei sobre “permisología”

Noticias y declaraciones en medios nacionales (Ejemplo: El Mercurio, La Tercera).

Análisis y desmentidos de investigadores sobre el caso “tapitas de Coca-Cola”

Investigadores de la Universidad Austral y Universidad de Chile explican hallazgos reales en excavaciones arqueológicas.

David Harvey, “Capitalismo del despojo” (2004)

Teoría sobre la apropiación de recursos y bienes comunes bajo el capitalismo neoliberal.

Artículos académicos sobre gestión patrimonial y desarrollo sostenible

“Patrimonio Cultural y Desarrollo: Desafíos en América Latina”

“El Rol del Patrimonio Cultural en la Construcción de Identidades Locales”

Informes sobre trabajo infantil en la industria del hielo y cerveza en Chile, siglo XIX

Estudios históricos publicados en revistas de historia social y económica.

Noticias y análisis sobre la burocracia y sus impactos en la inversión en Chile

“Burocracia y Permisología: ¿Un obstáculo para el desarrollo?”

“El costo oculto de la demora en permisos en Chile”

Páginas oficiales y redes sociales de la Municipalidad de Providencia

Información sobre hallazgos arqueológicos y gestión patrimonial en la comuna.

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