VALPARAÍSO NO CAE. SE DEJA CAER.
- Cristóbal Millas
- 3 may
- 6 Min. de lectura
Colapso cultural, urbano y político de una ciudad que se romantiza mientras se pudre.

La ruina autoindulgente
Valparaíso no fue arrasada por un terremoto ni bombardeada por una potencia extranjera. No sufrió una invasión, ni siquiera una dictadura tan prolongada como para explicar su estado actual. La catástrofe de Valparaíso es de origen doméstico, progresivo, aceptado e incluso celebrado por muchos de sus habitantes.
Se trata de una decadencia con estética, una ruina con discurso, una descomposición convertida en postal patrimonial.
La ciudad que fue "la joya del Pacífico", sede del Congreso Nacional y punto de entrada del siglo XIX chileno al mundo, es hoy una mezcla de abandono estructural, precariedad social y fetichismo cultural. La suciedad es paisaje. El olor a orina y amoniaco es identidad. Los rayados reemplazan a los planos reguladores y los incendios se explican más fácilmente desde la metafísica que desde una fiscalización efectiva. Aquí no hay crisis, dicen, hay "resistencia".

Sin embargo, Valparaíso no resiste: se autodevora. Lo hace con la complicidad de sus propias autoridades —desde Pinto a Castro, hasta la gestión de Jorge Sharp, convertida en un laboratorio fracasado de ideología sin ejecución—, con la indiferencia del Estado central y con la entusiasta participación de ciudadanos y artistas que convirtieron la dejación en símbolo de autenticidad.

Quien lo denuncia, es tratado como enemigo. Influencers, turistas o incluso porteños que se atreven a describir la inseguridad, la mugre o la gentrificación son acusados de “no entender la mística de Valpa”.

Mientras tanto, tour operadores venden precariedad como experiencia “auténtica” y restaurantes "gourmet" cobran en euros platos que apenas cumplen estándares, todo en medio de cerros plagados de basura, casas quemadas y un sistema de transporte decadente.

Como dijera el Gitano Rodríguez, “Pero este puerto amarra como el hambre, No se puede vivir sin conocerlo. No se puede vivir sin que nos falte,”. Pero el hambre, al menos, se combate. y el puerto nos falta. Valparaíso, en cambio, la exhibe.
Nadie quiere hacerle daño. Pero es ella misma la que se hunde con cada incendio, cada rayado vacío, cada autoridad que promete cambiarlo todo y no arregla ni un paradero. Como Talca con su hospital, o como Calama con su fealdad (erigida por un humorista comunista que se hace pasar por homosexual), Valparaíso se ha hecho un rutina de humor negro a sí misma.
Solo que en su caso, lo ha hecho con orgullo.
Ciudad mural o ciudad ruinosa: el espectáculo del arte sin contenido
La conversión del arte urbano en espectáculo es quizás uno de los síntomas más visibles de la enfermedad de Valparaíso. Donde antes hubo muralismo social, denuncia y propuesta estética, hoy hay rayado por rayado.
Los cerros porteños se han transformado en una galería a cielo abierto, lejos de dignificar, disfraza la miseria con colores brillantes y consignas huecas.

El boom del street art en Valparaíso ha sido promovido tanto por el municipio como por operadores turísticos que lucran con recorridos por cerros inseguros mientras repiten frases prefabricadas sobre "resistencia" y "diversidad". Se ha institucionalizado una estética de la precariedad: fachadas en ruinas intervenidas sin permiso, casas sin agua pero con retratos de famosos realizados por personas que se creen con el derecho de imponer en estas sus propios idolos de SU PROPIA cultura pop, murales sobre dignidad en pasajes donde no pasa el camión de la basura.
El arte se ha transformado en coartada. Sirve para encubrir la ausencia de planificación urbana, la falta de inversión en infraestructura y la dejación administrativa.
Y peor aún, es usado para invalidar cualquier crítica: “no entiendes la ciudad”, dicen, como si un mural pudiera justificar la inseguridad o la insalubridad.
Valparaíso no está llena de arte: está llena de excusas pintadas.
El fracaso de las autoridades: entre la estética y la incompetencia
Desde los tiempos del detestable Hernán Pinto (DC - alcalde de Valparaíso en los periodos 1990-1992 y 1992-2004) Valparaíso ha sido víctima de autoridades que han confundido la política urbana con la poesía barata.
Las administraciones siguientes (igual de detestables) —Aldo Cornejo (DC - alcalde de Valparaíso 2004-2008), Jorge Castro (UDI - alcalde de Valparaíso 2008-2016) y Jorge Sharp (Convergencia Social luego Independiente - alcalde de Valparaíso 2016-2024)— profundizaron esa tradición de promesas no cumplidas, abandono estructural y gestión comunicacional que reemplaza los hechos por narrativas.

Jorge Sharp, en particular, encarnó el último gran experimento. Llegó con una promesa de refundación democrática y gestión ciudadana. Lo que entregó fue una ciudad aún más degradada, con servicios colapsados, sin inversión estructural y con una lógica comunicacional basada en victimismo, redes sociales y estética antisistema. La alcaldía de Sharp terminó convertida en un eslogan sin resultados. Ahora busca llega a la cámara.

Camila Nieto, (Frente Amplio - 2024) es la primera mujer electa alcaldesa de Valparaíso en su historia y tiene el peso de un cambio en el territorio.

En paralelo, el Estado central abandonó su rol. La falta de coordinación con ministerios clave, el desinterés del Congreso ubicado a escasos metros del desastre y la indiferencia presidencial de turno han completado el cuadro. Valparaíso, como tantos otros territorios, ha sido desfondado desde adentro, pero también dejado a la deriva desde arriba.
El olor de la ciudad: postales invisibilizadas por el marketing
Pocos se atreven a describirlo, pero Valparaíso huele mal. En los cerros, el hedor a orina seca, amoniaco, basura acumulada e incendios recientes es parte del paisaje. En el plan, las calles están sucias, los paraderos deteriorados y los baños públicos cerrados o inutilizables.
Todo esto es sistemáticamente invisibilizado por el relato turístico que promueven autoridades y operadores.
Los incendios son frecuentes, muchas veces provocados, y los informes de fiscalización muestran que gran parte de las construcciones en cerros carecen de normas mínimas.

La recolección de residuos es ineficiente. La seguridad es percibida como ausente por los propios vecinos, según encuestas del Ministerio del Interior.
Pero lo que se exporta es otra imagen: murales, cafés boutique, bohemia.
La economía de la miseria disfrazada de bohemia
En Valparaíso, la gentrificación llegó sin inversión. Zonas como Cerro Alegre o Cerro Concepción albergan restaurantes que cobran en dólares o euros por platos que apelan a una “autenticidad” ficticia. No es gastronomía local, es narrativa para mochileros. Al mismo tiempo, vecinos históricos son desplazados por Airbnbs ilegales, especulación inmobiliaria encubierta y el abandono de servicios básicos.

El contraste es brutal: en una misma cuadra, un menú degustación y una escena de escondida pobreza; un hostal ecológico y un basural a metros. La economía porteña ha sido colonizada por la estética de la precariedad. No hay desarrollo, hay fetichismo.

El mito patrimonial y el fetiche de la pobreza
Valparaíso sigue utilizando su estatus de Patrimonio de la Humanidad como coartada para no cambiar. Las restricciones patrimoniales, lejos de proteger la ciudad, han contribuido al estancamiento. Cualquier intervención es vista como atentado, y la conservación se ha transformado en dogma, no en herramienta.
A esto se suma el fetiche de la pobreza: se romantiza la miseria como si fuera una forma de sabiduría. Ser pobre en Valparaíso es casi un acto político. Y no solo lo dicen desde la izquierda ideológica, sino desde un sector de la academia, el turismo y el arte que ve en el desorden una forma de autenticidad.
Es la estetización de la marginalidad.
El funeral lento de una ciudad que no quiere salvarse
Valparaíso no necesita enemigos. No los tiene. Se ha bastado sola. Es una ciudad que se enorgullece de su deterioro, que expulsa a quienes intentan salvarla con soluciones reales, que premia la improvisación sobre la gestión. Es una ciudad amada por todos, pero cuidada por nadie. Y en esa paradoja, se hunde sola.
Nadie le quiere hacer daño. Pero como una persona que no acepta ayuda, se condena a sí misma. Valparaíso no es víctima. Es arquitecta de su propia caída.

Cristóbal Millas / POST𐤀
Fuentes consultadas:
Informe Diagnóstico Urbano de Valparaíso, Observatorio Urbano UC, 2023.
Reportaje “El Abandono de la Joya del Pacífico”, CIPER Chile, 2022.
Encuesta de Seguridad Ciudadana, Subsecretaría de Prevención del Delito, Región de Valparaíso, 2023.
"Crisis municipal y gestión fallida en Valparaíso", Revista Política Local, U. de Valparaíso, 2021.
"Gentrificación y Turismo en Valparaíso", Fundación ProCiudad, 2022.
Entrevista a Jorge Sharp en La Tercera, abril 2023.
Contraloría General de la República, auditorías municipales (2015–2024).
Declaraciones públicas de operadores turísticos porteños en redes sociales, 2023-2024.
UNESCO: advertencias sobre conservación patrimonial, informes 2020–2024.
Urbanismo Social: "Estetización de la pobreza y desplazamiento residencial", estudio 2022.
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